4 domingo de cuaresma – 2014
“Jesús vio pasar a un ciego de
nacimiento”. Hoy se da un encuentro muy especial: Uno que ve demasiado con otro
que no ve nada porque es ciego de nacimiento. Llegamos a este domingo cuarto de
cuaresma siguiendo a Jesús de las tentaciones del desierto al monte de la
transfiguración, de éste al pozo de Jacob con la Samaritana y ahora a las inmediaciones del Templo con un
hombre que no puede ver.
Hay hombres que no pueden ver, hay
otros que no quieren ver, hay muchísimos que creen ver, hay todavía muchos que
no dejan ver. ¿A qué grupo pertenecemos? Acostumbramos a buscar responsables:
¿Quién pecó éste o sus padres para que haya nacido así? Es la pregunta lógica
de quienes creen que la enfermedad es consecuencia del pecado.
Pablo escribe a los efesios: “En otro
tiempo ustedes eran tinieblas, pero ahora, unidos al Señor, son luz. Vivan, por
tanto, como hijos de la luz”. El salmo 27 canta: “El Señor es mi luz y mi salvación: ¿a quién
temeré...? Mis enemigos y adversarios tropiezan y caen... Si mi padre y mi
madre me abandonan, el Señor me acogerá” (Sal 27,1s.10).
Juan nos da una catequesis bautismal comunitaria. El milagro es una
iluminación y una nueva creación; comienza con el barro y el lavatorio ordenado
por Jesús. La ceguera no era un castigo por pecado alguno; va a servir de
ocasión para revelar la obra y la gloria de Dios. Jesús respalda sus palabras
con sus acciones: es luz y vida que ilumina y resucita.
El ciego se lava según el mandato de Jesús y queda transformado, los
vecinos que lo conocían bien tienen dificultad en reconocerlo. Cuando el ciego
habla, lo hace como Jesús, diciendo “soy yo”. Al lavarse, había quedado
transformado en Jesús, y ya no vive o habla él, sino que Jesús vive y habla por
él.
Va descubriendo quién es Jesús a lo largo del diálogo: “Ese hombre que
se llama Jesús” viene de parte de Dios, aunque los fariseos lo nieguen. El
ciego lo confiesa como profeta; luego, al reconocerlo como Mesías, es expulsado
de la sinagoga. El ciego se aferra a su experiencia: “antes era ciego y ahora
veo”.
¿Cuándo y cómo empezamos a ver nosotros? ¿Cómo se dio ese encuentro
luminoso con Jesús? ¿Qué nos queda de él? ¿Qué éramos antes y qué somos ahora?
Recuerden: Cuando Dios se hace presente se suscitan preguntas, no respuestas.
Es la dinámica de la fe y el amor, de la conversión y de la vida nueva.
Habrá que favorecer un encuentro urgente
y permanente con Jesús. Juan pone en movimiento en torno al ciego de nacimiento
a los apóstoles, a fariseos, a vecinos y a los papás del ciego en un
interesante ir y venir para terminar con toda ceguera: “Yo Soy el que estás
viendo”. Juan nos presenta a Jesús como luz del mundo en evangelio
perfectamente estructurado en siete pequeñas escenas y grupos para terminar con
el encuentro definitivo de la fe.
Jesús está atento a nuestro caminar. Si
vamos ciegos, nos da la luz; si nos ve débiles, nos abre las puertas de su Espíritu;
si vamos sedientos, se nos presenta como el agua que se convierte para nosotros
en un manantial de agua viva; si caemos, nos levanta; si morimos, nos resucita.
“Ver para creer”, decimos con frecuencia y está bien; ahora añadimos “creer
para ver” de verdad.
P. Sergio García Guerrero, MSpS.
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