martes, 1 de abril de 2014

3 domingo de cuaresma - 2014

3 domingo de cuaresma - 2014

El evangelio de este domingo, viene precedido por la gran pregunta que se hizo el Pueblo de Israel en el desierto: ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros? Elías profeta, la retomará con más fuerza y en vista a una opción fundamental: ¿Está o no está Dios con nosotros? La respuesta creyente es simple: ¡Claro que está! La siguiente pregunta es la clave de esta afirmación: ¿Y entonces, por qué no se nota? ¿Por qué coexisten la injusticia y la verdad, el vacío de los templos  y las comunidades indígenas comprometidas con su fe, los rápidamente ricos y los profundamente pobres, el grito evangelizador y la denuncia de los medios?

Olvidamos que el mismo Jesús contempló la escena de su Iglesia como un inmenso campo de trigo y de cizaña. La Samaritana es trigo limpio repleta de amores: “has tenido cinco, el que tienes ahora tampoco es el amor de tu vida, el siguiente será tu verdadero amor”. “Yo soy el que te está hablando”. Hagamos lo que hagamos siempre estaremos mucho más acá del ideal proclamado por Jesús. Y Jesús proclama como buena noticia: “los últimos serán primeros y los primeros serán últimos”. Ese es el proyecto del Reino y para eso envió el Padre a su Hijo Jesús. Con la Samaritana también se vivió esta verdad proclamada por Jesús.

Suponemos que nuestros hermanos que han dejado a la Iglesia no han tenido problemas con Jesús, la dificultad la encuentran en la Iglesia que, habiendo optado por Jesús y su mensaje, hemos hecho de ella una Iglesia desprestigiada, pecadora y con palabra incierta.

Parece darse una disyuntiva: o un Jesús sin Iglesia o una Iglesia sin Jesús. Y son inseparables, no se entienden separados en el corazón del creyente, repite constantemente el Papa Francisco.

José Antonio Pagola dice que hay que volver al Jesús del evangelio; Armando Fuentes Aguirre, Catón, dice que no se vale ser fanáticos; el Papa Francisco se definió a sí mismo como pecador y como Pastor con aroma de oveja; yo contemplo la multitud de mis deficiencias y recuerdo la antigua palabra de san Agustín: “La Iglesia es santa y pecadora”.

No quiero contemplar a la Iglesia sino con amor de hijo. Mi madre, que murió casi de 100 años, estaba muy chiquita, arrugadita y venida a menos. Jamás se me ocurrió cambiar de mamá. A muchos católicos, sí. Sólo digo que se vale opinar, pero no desde la ignorancia; que se vale tirar piedras, pero sólo si no se tienen pecados; que llevamos un gran tesoro, pero en vasijas de barro; que la Iglesia está en crisis, pero para volver continuamente al Jesús del evangelio.

En el evangelio se da el encuentro de la Samaritana y Jesús. Es el encuentro de dos que tienen sed: una de amor, el otro de agua; una de verdad, el otro de revelarse; una de adorar, el otro de evangelizar.

Después de este encuentro, habrá que poner a la Samaritana al frente del gran grupo de nuevos evangelizadores: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo? Y después le dirán: “Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo”.

Por eso también gritamos: “¡Dame de beber!”

P. Sergio García Guerrero, MSpS

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