¡Las cosas son felices! Yo
sostengo que las cosas son felices en la medida que se usan para lo que fueron
hechas. “Te quiero tanto como a mis zapatos viejos”, decimos al dejar los
nuevos. Las cosas son felices en nosotros, en la medida en que somos la conciencia
de la naturaleza. Hace un tiempo en una tumba egipcia se encontraron unas
semillas de trigo en una cazuelita de barro. Estaban intactas, no habían sido
sembradas. Al hacerlo, inmediatamente salieron las espigas: esas semillas hasta
entonces, después de muchos siglos, se realizaron, fueron felices.
El hombre es la
conciencia amorosa de las cosas. Las
utilizamos para lo que son o las tomamos para la destrucción. Depende de
nosotros. El evangelio de hoy es como un espejo. Dice Jesús: “Amen a sus enemigos,
busquen el bien de quienes los odian, rueguen por los que los persiguen, sean
hijos del Padre celestial que hace salir el sol sobre buenos y malos… sean
perfectos como el Padre celestial es perfecto”.
Así, como imagen de Dios, como
impronta de su ser, como espejo sencillo, reflejamos al Padre. ¿De qué le
serviría a un espejo tener un marco de oro y diamantes, de piedras preciosas, y
engarzado en madera fina, si nadie se refleja en él? Estoy seguro que
protestaría: “quítenme todo esto, pero que alguien se refleje en mí”.
O, más bien, el espejo en el
que nos podemos ver nosotros es el mismo Dios Padre. Nos ponemos frente a él y
descubrimos todo lo que nos falta para ser su imagen. Ya San Ignacio de
Antioquía reflexionaba: “Cuando los paganos escuchan el evangelio quedan
asombrados por palabras tan sublimes, pero cuando ven la conducta y
comportamiento de los cristianos y de las comunidades y se dan cuenta que no
solamente no se aman, sino que se critican y odian, hacemos que el nombre de
Dios sea blasfemado”. Y San Juan escribió: “¿Cómo dices que amas a Dios a quien
no ves y no amas a tu hermano a quien ves?
Este evangelio nos da la
verdadera dimensión del mensaje de Jesús, su verdadera novedad: “si sólo aman a
los que los aman ¿qué hacen de extraordinario? Sean perfectamente
misericordiosos como el Padre. Como lo vivió Jesús aunque le costó dar la vida.
“Los cielos proclaman la
gloria de Dios”. Las cosas son felices en la medida que realizan aquello para
lo que fueron hechas. El hombre, conciencia de las cosas, es feliz si al
mirarse en el espejo del Padre descubre su verdadera fisonomía.
San Palo afirma: ¿no saben
ustedes que son el templo de Dios? Y más adelante: “… todo es de ustedes,
ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios”. Cuando nos identificamos o
transformamos en Jesús, entonces podemos reflejar la verdadera imagen del
Padre.
Me atrevo a proponer ampliar
el conocimiento, estudio y amor por “la historia de la salvación” y adentrarnos
más en “la historia desde la creación”, hecha con sabiduría y amor.
P. Sergio García Guerrero, MSpS.
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